yo no sé de la infancia
más que un miedo luminoso
y una mano que me arrastra
a mi otra orilla
mi infancia y su perfume
a pájaro acariciado

y una vez. entonces. me dije. nunca más.
Las fuerzas del lenguaje son las damas solitarias, desoladas, que cantan a través de mi voz que escucho a lo lejos. Y lejos, en la negra arena, yace una niña densa de música ancestral. ¿Dónde la verdadera muerte? He querido iluminarme a la luz de mi falta de luz. Los ramos se mueren en la memoria. La yacente anida en mí con su máscara de loba. La que no pudo más e imploró llamas y ardimos. I
Cuando a la casa del lenguaje se le vuela el tejado y las palabras no guarecen, yo hablo. II
Las damas de rojo se extraviaron dentro de sus máscaras aunque regresarán para sollozar entre flores.
No es muda la muerte. Escucho el canto de los enlutados sellar las hendiduras del silencio. Escucho tu dulcísimo llanto florecer mi silencio gris.La muerte ha restituido al silencio su prestigio hechizante. Y yo no diré mi poema y yo he de decirlo. Aún si el poema (aquí, ahora) no tiene sentido, no tiene destino. III
le escribo
que mi perro está detrás de la puerta
queriendo entrar al lavadero
que la luz de enfrente se prende y se apaga
según muevo las manos
pero ya viene la bestia
con sombra color púrpura
como un terremoto
sus pasos
se caen
y no sabemos dónde están
nuestras casas
entonces
hay que subir tan despacio a oscuras
para que un señor cambie
el enorme foco de luz
yo miro el fuego apagarse
y pienso
esto será de otras gentes
busco un hacha
o una bomba
para dormirme
en el ruido del estalle