viernes, 25 de mayo de 2012

una mujer sentada contando un relato extraordinario

el sillón es de terciopelo. hay un cuadro grandioso en el muro de atrás. se cree  que la luz entra desde un ventanal. es la tarde a una hora confusa. y todo tiene la apariencia previa al estallido.

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lunes, 7 de mayo de 2012

ayer 1

"El taller de Rubén de Loa se halla en el segundo patio, piso bajo, de un edificio más bien sombrío. Su gran ventanal recibe la luz colada por enredaderas de hojas constantemente movedizas. Las hojas hacen verde la luz. Los cristales esmerilados hacen acuario el verde.
Allí nos metimos. Rubén de Loa pintaba. Por lo demás, hace 24 años que Rubén de Loa pinta sin cesar. Al vernos por encima de su tela, vino hacia nosotros. Nos ofreció asiento. El se sentó ahí; mi mujer aquí; yo al frente, entre ambos. Le dije:
-Tu taller es demasiado verde, Rubén de Loa.
-Verdoso- corrigió.
-Acuático- subrayó mi esposa.
Callamos fumando los tres.
Entonces, por entre las volutas de humo, me puse a examinar al viejo y querido amigo.
Su gran cabellera negra se veía, a causa del reflejo de las enredaderas, como pasto otoñal poco regado. Conservaba intactas sus facciones de jaguar. Su cutis seguía terso. Cierto que es joven aún. Tiene 31 años, puesto que hace 24 que pinta y que pinta desde los 7. Su mirada era en un 90% para adentro. El 10% restante, al desparramarse, era algo hueco y muy bondadoso. Fumaba pipa como conviene a un pintor. No estornudaba ni tosía. Sólo cada cuarto de hora decía:
-Vaya, vaya, vaya.
A lo que yo respondía:
-Sí señor.
Y mi mujer:
-Así es la cosa.
Al cabo de una hora, Rubén de Loa púsose a mirar a la que es mi mitad. Lo imité. Veíase ella transparente como un pequeño sepulcro. Su cabellera castaña -en las calles de San Agustín de Tango- al mezclarse aquí en lo verdoso, estuvo a punto de producirme náuseas. Mas no así al viejo y querido amigo que la miraba siempre y la codiciaba.
Me puse entonces a mirar mis manos para ver algo vivo también de mi persona en el taller. Sufrían a su vez la influencia del ventanal, lo que me indujo a sumirme en la más honda meditación sobre la muerte.
Mi meditación no era cortada más que, muy de tarde en tarde, por los "Vaya, vaya, vaya" del amigo y por los "Así es la cosa" de mi mujer. Hasta que volviendo en parte a la vida, me pregunté:
-¿Qué cosa es así?
Pensé que no podía ser otra cosa más que la pecaminosa codicia de Rubén de Loa. Juzgué entonces oportuno cambiar de tema. Ataqué directamente el arte de bien pintar, diciéndole a mi amigo:
-Vas por mal camino, Rubén de Loa. Vas por mal camino, Rubén de Loa, pues vives y laboras en una atmósfera artificial. No puede llevar a buen fin lo que se haga exclusivamente bajo la influencia del color verde. Si esto, más que un taller, es el interior de una selva, ¡más aún!, es como nos imaginamos, sobre todo de niños, el interior de una selva. He pasado sorprendido toda esta larga hora con el silencio de aquí dentro, pues a cada momento esperaba oír el canto de los guacamayos, el ladrido de la comadreja overa y los silbidos del oso hormiguero. ¿Puede hacerse pintura de este modo?
No hay peligro- respondió Rubén de Loa-. Desde luego, esto no es verde y nada tiene que ver con la selva."

J.E.

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