miércoles, 26 de noviembre de 2008


me voy a quedar en el patio de la casa de mis papás a mirar el sol de un lado a otro debajo del parrón y mis perros durmiendo entre los pelos de cardos me voy a quedar sentada mientras suena el teléfono cuatro veces seguidas y voy a salvar a un chanchito de tierra muerto de las hormigas que se lo quieren comer

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miércoles, 19 de noviembre de 2008

cumpleaños feliz


Al salir de la ducha Eme encuentra a Teo frotando una madeja de virutilla entres sus pies y el embarrado piso de madera. Eme ignora a Teo. No lo mira cuando él le pregunta algo. ¿Eme, podrías explicarme? Entonces Eme, lenta y despreocupada, recoge los vasos y las botellas vacías de la noche anterior, abre todas la ventanas, sube el volumen de la radio, toma otro tanto de virutilla y enciende un cigarrillo. Teo se detiene a mirarla fijo como pidiéndole que por favor ella también lo haga. Eme, sin quitar la vista del suelo, estira la mano para pasarle el cigarrillo y, al mismo tiempo, le pregunta si quiere fanta. Teo no responde y se acerca. Ella lo evita pero Teo se acerca tanto y tan despacio que le nubla la vista ¿Quieres fanta? repite Eme. El hombro de Teo en su nariz hace que ella vea todo fuera de foco, intenta salir de ese estado para ir en busca de la fanta pero Teo no la deja inclinando un lado de su cara al otro lado de la cara de Eme. Yo quiero fanta ¿tú quieres fanta? Teo sigue sin responder y la abraza tiernamente como si Eme fuese un animalito perdido. Eme se hunde en la camiseta de Teo que tiene ese olor que sólo tiene la ropa de Teo y quiere ponerse a llorar porque él no se da cuenta de las cosas que ella sí. Quiere ponerse a llorar porque los abrazos entre Teo y Eme son algo así como de un tiempo en el que todos han muerto ya y le da tanta pena verlos dibujados en café y rosado mientras Teo acerca su cara arrastrándola desde el cuello hasta la boca de Eme con una solemnidad oscura y Eme no puede hacer más que quedarse ahí plantada como un pequeño arbustito de boca semi abierta con miedo a que el viento la bote, sintiendo el tibio recorrido de Teo que se dirige directamente a ella y que, aunque Eme quiere golpearlo y decirle muchas palabras que se aprendió en ruso precisamente para estas ocasiones, se queda así, escuchando el espeso y descarado torrente sanguíneo que le pasea por las orejas. Le gusta juntar su lengua con la de Teo porque son muy diferentes y el grosor y la aspereza de la lengua de Teo hacen que la lengua de Eme se estremezca y quiera rodearla y empujarla. La lengua de Teo es más caliente que la mía. Me gusta tu lengua porque es como si fuera algo grande que me cuida como si con tu lengua pudieras limpiarme o hacerme cariño, como si tu lengua pudiera salvarme de todo lo que yo no me he podido salvar. Entonces Teo la toma en brazos como si Eme fuera una muñeca de trapo, como si estuviera hecha de lana y a Eme le quedan colgando los pies y se acuerda de cuando tenía siete años y su hermano que era tan grande la paseaba por la casa y ella tan liviana como si fuera un juguetito de la familia. Y sus lenguas pasándose por al lado de sus muelas y por debajo del paladar se lamen como cachorros limpiándose con tristeza y dulzura, con olor a sombra de bosque y la tibieza de uno tirita con la tibieza del otro, en un beso que dura minutos muy largos hasta que se oscurece, se hace de noche y se duermen de pie apoyados en la pared.

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día tres


yo y todas las demás verdes pálidas
(de sueño)
nos ponemos a bostezar
como un puente de piedras y cuadernos
como un sifón de ramas con hojas
que sonríe y se burla de ti

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jueves, 13 de noviembre de 2008

buenas noches

Sandra camina con pasos tensos por la vereda. Lleva su celular en la mano y parece que mantiene una conversación telefónica.
Sí, voy llegando. Tres minutos. Voy pasando frente a la botillería. Bueno. Encontrémonos abajo.
Corta el teléfono, mira a su al rededor sin detener el paso, mantiene apretado entre sus manos el celular. La luz de un farol coincide con su silencio y a medida que la vereda comienza a oscurecerse lleva el celular a su oído nuevamente.
Hola! Bien, voy llegando ya. En la esquina. Si te asomas por la ventana me ves...
Se detiene frente a un semáforo en rojo y corta la conversación. Mantiene el celular en su mano y su cabeza sigue el movimiento de los pocos automóviles que pasan frente a ella.
Dan la verde peatonal y Sandra cruza la calle a un ritmo más lento del que ha llevado anteriormente. Al llegar a la vereda recupera el caminar rígido y apresurado, mira hacia atrás y vuelve a llevar su celular al oído.
Aló? Hola, dónde estás? sí yo también. (ríe) qué gracioso...
En sentido contrario se acerca un hombre de estatura media, viste desordenadamente, no se ve su cara, camina pausado por el lado más oscuro de la vereda. Sandra continúa hablando por el celular subiendo el volumen de su voz a medida que el hombre se acerca.
...estoy llegando, si te asomas por la ventana me vas a ver caminando...
Sandra y el hombre se encuentra a quince metros y acercándose. Ella continúa aumentando el volumen de su voz.
...quizás si bajas corriendo nos encontramos justo en la entrada...
Sandra y el hombre están a punto de cruzarse y ella habla ya demasiado fuerte por su celular
... ah sí? me ves! si levanto la mano me ves?!...
cruzándose con el hombre y casi gritando Sandra levanta su mano izquierda y la mueve como saludando hacia algún departamento que no existe
... te veo te veo!!!!
Apura el paso y mira hacia atrás repetidas veces, vuelve a cortar la conversación abruptamente mientras mantiene el celular empuñado en su mano. Un poco más adelante se ve un paradero al cual viene llegando una micro. Sandra corre, mira hacia atrás un vez más y sigue corriendo hacia el paradero. Se abren la puertas de la micro que está vacía.
buenas noches
buenas, señorita
Sandra se sienta al medio de la micro pegada a la ventana, mira hacia afuera, guarda el celular en su mochila y saca unos audífonos, se los pone y apoya la cabeza en el vidrio.

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miércoles, 5 de noviembre de 2008

día dos

ese papel de oficina se parece a mí
sin calcular los
no sé
esa polilla pegada a la ampolleta
se parece a mí

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lunes, 3 de noviembre de 2008

día uno

cuando chica
yo quería vivir cerca del neón de bayer
y de los institutos
ocupar mis pies como dardos o espuelas
de una esquina a otra
todos los martes
seguir el prepicado de las calles
con gaitas y tazas
de mentira

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despacito



T apaga la luz y abre la ventana para que los alumbre las fluorescentes de en frente. Se mete dentro de la cama y mete, también, su nariz en la oreja de M. M se da vuelta y le pide por favor que le saque las pantys. Estoy tan floja. M siempre se deja sacar la ropa así, como por pereza. Se queda tendida sobre su costado izquierdo mirando la pared. T la abraza y se duermen. M nunca duerme toda la noche y eso es algo que molesta a T. Cada vez que despierta, la encuentra paseándose o mirando por la ventana. M mantiene la boca en el hombro de T. Lo muerde despacito mientras parece que reza. M no cree en Dios y T no está seguro. T se acerca para tomarla con sus manos grandes, para tocarle esa panza lisa y blanda, para que ella abandone eso en lo que piensa y se convierta en alguna otra cosa y T se acerca a su cuello como si fuera una máquina demoledora como si quisiera cambiarle la forma manoseándola fuerte con sus dedos y M comienza a moverse de manera animal como un gato o una culebra como si se arrastrara entre las sábanas y todo su cuerpo respira fuerte diciendo algunas cosas sin sentido, porque M entra en una especie de trance que T no comprende, se mueve en redondo, esquiva la cara y cede. M intenta pensar algo que nunca logra pensar y se enreda entre ideas, partes sin nombre, lenguas y cordones que no se ven. Entonces todo se vuelve urgente y M lo busca para tocarlo tan fascinada paseando sus manos como por un laberinto y T cree que va a morirse, que necesita desesperadamente la humedad precisa de M y M que lo empuja hacia atrás para que se aleje como actuando en una terrible obra de teatro hasta que se abalanza uno o se abalanza el otro y M necesita que T se meta bien adentro, que se balanceé y cierra los ojos y lo arrastra hacia sí tan lascivamente que T quiere atravesarla con rabia por llevarlo a esos límites en que todo es como un castigo o un mal recuerdo de algo que nunca pasó. Entonces M lo besa en el cuello mansamente y T busca su boca arrastrando la lengua desde el hombro de M. Así continúan, tranquilos y pesados como un pantano largo. M es codiciosa, roja y dulce. T es majestuoso, afilado y certero. Aguantan la respiración, la aguantan sin quererlo, con miedo, como si nunca la hubiesen aguantado. T se acerca como cuchillo, de a poco, despacito, luego con furia entonces los dos sueltan un sonido de animal y se revuelven y se dicen cosas. M pareciera estar en otro lugar, lejos, sentada con la cabeza hacia atrás como si cabalgara lento o estuviera en un bote. T hace como que se queda mirándola pero no puede, la oye alejarse cantando o preguntándole o balbuceando, moviendo la cabeza y, él, con la mandíbula apretada, como preso de un calambre que se extiende por sus brazos y sus piernas con fiebre, como si fuera otra cosa o estuviera en otra parte o como si se fuera a morir.

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