
T apaga la luz y abre la ventana para que los alumbre las fluorescentes de en frente. Se mete dentro de la cama y mete, también, su nariz en la oreja de M. M se da vuelta y le pide por favor que le saque las pantys. Estoy tan floja. M siempre se deja sacar la ropa así, como por pereza. Se queda tendida sobre su costado izquierdo mirando la pared. T la abraza y se duermen. M nunca duerme toda la noche y eso es algo que molesta a T. Cada vez que despierta, la encuentra paseándose o mirando por la ventana. M mantiene la boca en el hombro de T. Lo muerde despacito mientras parece que reza. M no cree en Dios y T no está seguro. T se acerca para tomarla con sus manos grandes, para tocarle esa panza lisa y blanda, para que ella abandone eso en lo que piensa y se convierta en alguna otra cosa y T se acerca a su cuello como si fuera una máquina demoledora como si quisiera cambiarle la forma manoseándola fuerte con sus dedos y M comienza a moverse de manera animal como un gato o una culebra como si se arrastrara entre las sábanas y todo su cuerpo respira fuerte diciendo algunas cosas sin sentido, porque M entra en una especie de trance que T no comprende, se mueve en redondo, esquiva la cara y cede. M intenta pensar algo que nunca logra pensar y se enreda entre ideas, partes sin nombre, lenguas y cordones que no se ven. Entonces todo se vuelve urgente y M lo busca para tocarlo tan fascinada paseando sus manos como por un laberinto y T cree que va a morirse, que necesita desesperadamente la humedad precisa de M y M que lo empuja hacia atrás para que se aleje como actuando en una terrible obra de teatro hasta que se abalanza uno o se abalanza el otro y M necesita que T se meta bien adentro, que se balanceé y cierra los ojos y lo arrastra hacia sí tan lascivamente que T quiere atravesarla con rabia por llevarlo a esos límites en que todo es como un castigo o un mal recuerdo de algo que nunca pasó. Entonces M lo besa en el cuello mansamente y T busca su boca arrastrando la lengua desde el hombro de M. Así continúan, tranquilos y pesados como un pantano largo. M es codiciosa, roja y dulce. T es majestuoso, afilado y certero. Aguantan la respiración, la aguantan sin quererlo, con miedo, como si nunca la hubiesen aguantado. T se acerca como cuchillo, de a poco, despacito, luego con furia entonces los dos sueltan un sonido de animal y se revuelven y se dicen cosas. M pareciera estar en otro lugar, lejos, sentada con la cabeza hacia atrás como si cabalgara lento o estuviera en un bote. T hace como que se queda mirándola pero no puede, la oye alejarse cantando o preguntándole o balbuceando, moviendo la cabeza y, él, con la mandíbula apretada, como preso de un calambre que se extiende por sus brazos y sus piernas con fiebre, como si fuera otra cosa o estuviera en otra parte o como si se fuera a morir.